Siempre me he sentido un poco discriminado cuando han llegado las épocas de vacaciones, y eso que durante muchos años he sido la envidia de mis colegas. ¿Y por qué?, te preguntarás, y yo te lo voy a decir muy fácilmente: y es que tengo la suerte de vivir todo el año en una urbanización «de lujo». ¿Cómo es eso? Bueno, hace muchos años que mis padres consiguieron el trabajo de mantenimiento en este lugar, y fue así como además se hicieron con uno de los adosados que venían con ellos. Nuestra casa no es ni mucho menos ni la más grande ni la más lujosa, y por supuesto no dispone de los cuidados y detalles que tienen las demás. Pero que vivíamos en esta exclusiva zona, eso no hay quién lo dude.
A mí, la verdad, es que pasados unos años me hubiera gustado irme de veraneo a algún otro lugar. Ya se sabe que uno siempre quiere lo que no puede tener, y debe ser por eso que yo siento una irrefrenable atracción por la costa; ahora me permito el lujo de pegarme unos días en remojo en cualquier playa que se me antoje, pero claro, en mis años de juventud no era lo mismo. Mis padres pensaban que era una tontería ir a buscar entretenimientos veraniegos en cualquier otro sitio, cuando estábamos rodeados de un montón de objetos de ocio pensados precisamente para eso; así que de salir de la urbanización, nada de nada. Así, lo único que me quedaba en verano era quedarme en la piscina de casa, donde al menos se me permitía llamar a mis amigos que, como ya he dicho, pensaban que vivía poco menos que en el paraíso.
En realidad, si ahora miro para atrás, puede que tuvieran alguna razón. Si no hubiera tenido que pasar todos los días del año en aquel lugar, hubiera reconocido que en llegando la época estival aquello se convertía en un despiporre, lleno de visitantes, turistas, gente de vacaciones y, lo más importante, un buen número de chicas bastante potentes, que llegaban también atraídas por el ambiente y por todas las posibilidades de diversión que se les abría ante sus pies. Las casas de esta urbanización tienen miles de historias que contar, es una pena que las paredes no hablen; pero por suerte, aquí estoy yo, al que no puede callar nadie, y que precisamente por mi naturaleza curiosa, no se le escapaba ni un detalle de todo lo que ocurría.
Estas son las historias que muchas noches de verano entretuvieron a mi grupo de colegas bajo las estrellas, junto a la piscina con una buena bebida refrescante. Y ahora, tú también podrás disfrutarlas, si es que siguen leyendo este blog.